En su breve historia de vida, recogida en Wikipedia, el partido Cambiemos Movimiento Ciudadano, fundado en 2018, se describe como una organización de corte progresista, no abstencionista, a favor de los derechos de la mujer, la comunidad GLTB, la empresa privada y el emprendimiento «que dé rienda al espíritu creativo del ciudadano común que lo haga actor sujeto del cambio».
Es una trayectoria breve y con muy exiguos logros electorales, pero lo que sí está claro es que su suerte ha estado y sigue atada a la de su fundador, el diputado Timoteo Zambrano, quien antes transitó por Acción Democrática, partido de cual alcanzó la Secretaría General, Alianza Bravo Pueblo, Polo Democrático, Un Nuevo Tiempo y Prociudadano, hasta dar en Cambiemos, su propia tienda (dicho sea sin connotaciones comerciales) política.
Zambrano acaba de conceder una amplia entrevista al colega Vladimir Villegas, que constituye un valioso testimonio para adentrarse en la visión – visión de fundador y único diputado, aunque no seguramente único militante como sostiene la maledicencia– de uno de los partidos representados en la AN y las razones por las cuales, en el caso específico de Cambiemos, lo lleva a mantenerse casi que incondicionalmente alineado con las estrategias de permanencia en el poder del oficialismo.
Por lo declarado, hay un eje central en el pensamiento de Zambrano alrededor del cual giran sus justificaciones y apoyo explícito a las estrategias de poder del oficialismo: la oposición mayoritaria, esa que se expresó el 28 de julio y a la que él no reconoce el triunfo, «quiere destruir el Estado».
Asume, además, la tesis del régimen de que el objetivo de la participación de la oposición que llevó al triunfo de Edmundo González no era verdaderamente electoral: «Yo creo que el extremismo utilizó la participación el 28 como una manera de regresarnos al conflicto. Porque soy un convencido de que ese sector quiere destruir el Estado, voltear el Estado. El sentido de esa participación estaba dada en utilizar las elecciones como un burladero para seguir en la política de destrucción del Estado».
De modo que, según Zambrano, Venezuela no se encuentra en total desmontaje de la Constitución nacional: en ausencia del Estado de Derecho, sin división de poderes ni instituciones independientes, de postración económica, de crisis sanitaria y educativa, pésimos servicios públicos, con violación de derechos humanos y sin garantías electorales, hasta llegar al extremo del robo –esta semana confirmada prolijamente en el informe del Centro Carter– del 28 de julio. No existe tal acabose.
Para Zambrano no hay oposición, sino extremismo. Y por supuesto, una dirigencia que “quiere destruir al Estado” tenía que ir a dar con todos sus huesos a la cárcel. Y así explica el que a los presos políticos se le mantenga incomunicados y sin poder ser visitados ni siquiera –como otrora– por los representantes del poder legislativo: “Bueno, los gobiernos ponen sus limitaciones de acuerdo al momento político que viven. La Cuarta República no estaba sitiada, no había un movimiento mundial contra la sobrevivencia, la permanencia del Estado, en cambio eso es lo que sucede aquí. Me imagino que el gobierno actúa basado en eso”.
Así Zambrano borró capítulos enteros de la historia de Venezuela. La etapa democrática no estuvo asediada con intentos de magnicidios, varias asonadas cuartelarías, invasiones guerrilleras promovidas y financiadas desde La Habana, el centro del poder de ahora, ni recordó que Hugo Chávez y decenas de militares golpistas se mantuvieron a sus anchas recluidos en el Cuartel San Carlos, después de su asonada golpista del 4F.
Y, claro, si rige lo que se ha dado en llamar «la puerta giratoria» de la represión es porque los que intentan destruir al Estado reinciden en sus desmanes delictivos. Ellos son los culpables.
De la reforma electoral que ha propuesto Nicolás Maduro, Zambrano en el colmo de la inocencia o el optimismo (es un decir) no ve el intento de imponer un estado comunal, base «constitucional» de la perpetuación en el poder. Sino «el sello del nuevo pacto social, la reforma de la reconciliación” que será validado por el pueblo venezolano». No es Maduro, se dirá, quien ha volteado a Venezuela «como a una media», sino el objetivo de quienes se le oponen.
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Protesta porque «el extremismo» no acudió al TSJ, “donde tenía que dar su batalla legal” si había ganado las elecciones, con lo cual soslayó Zambrano, que el ex candidato presidencial Enrique Márquez acudió al TSJ para hacer valer la Constitución y exigir que el CNE cumpliera con dar los resultados respaldados avalados por las actas. Y el resultado fue que las actas no fueron mostradas y que esa iniciativa para restablecer el Estado de Derecho mantiene a Márquez en prisión desde hace casis dos meses.
Finalmente, para Zambrano, pareciera que si lo que rige en Venezuela es un sistema-revoltillo de partido, Estado, gobierno y revolución lo que queda es bailar al son que nos toquen.
Gregorio Salazar es periodista. Exsecretario general del SNTP.
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