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Las amistades vinculantes, por Simón García

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Jueves en la mañana. Comienzo a escribir mi artículo de los domingos y me entero del fallecimiento del diputado (PSUV) por Carabobo Héctor Agüero, a quien llamábamos el viejo desde joven.

No logro seguir en el tema. Fue un amigo, con trayectoria silenciosa, cuyos recuerdos me invaden. Todos buenos y sobre los que tomé la precaución de expresarlos antes de hoy, como recomienda John Magdaleno.

El viejo tuvo causas firmes. Las sostuvo con determinación, intentando no perjudicar a nadie. Tal vez intuyó que hay luchas en base a ilusiones erróneas y razones que fueron un disparate, como en la que incurrimos ambos.

Quizá pensó ¿valdrá la pena perder un amigo por una opinión política o por adversar a la revolución bolivariana? La respuesta se desprende del aprecio de dirigentes opositores hacia quien fue Coordinador Regional pesuvista. Ejerció una amistad vinculante porque prefirió tender puentes a cavar trincheras.

Estas preguntas incómodas seguro surgieron en él y en varios sobrevivientes a una estrategia errónea en los sesenta del siglo pasado. Primero lo vivimos en el fracaso de la estrategia y luego, con coraje de la conciencia, descubrimos la falla fatal en nuestras creencias. Fue el derrumbe de una mitología «revolucionaria» de espaldas a la gente y refugiada en la fantasía de una insurrección para derrocar a Betancourt, un presidente libremente electo por los venezolanos.

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El tiempo indica que, respecto a la hostilidad hacia la democracia, la importancia del voto y los cambios por reforma nuestro giro fue auténtico. No nos engañamos ni engañamos a otros con el truco de usar la democracia para construir mejores «capacidades» para volver a intentar la destrucción de las libertades por los mismos medios.

Siento que el viejo aprendió mejor la lección. Es probable que yo siga atado a los argumentos definitivos y a considerar la verdad, sin concordancia con las evidencias factuales, como una posición en vez de una relación que se construye. Una verdad que debe nacer del poder de la convivencia y no desde la fuerza del poder.

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Algunos escriben qué raro, chavista y buena gente. Un pequeño retrato de hasta donde hemos retrocedido por la ideologización de nuestros cerebros, la resistencia a ser demócratas de a pie y una polarización infernal que nos hace embestir automáticamente cualquier servilleta roja.

Pero el milagro de contribuir al bien común desde enfoques diferentes existe y debemos acostumbrarnos a admitirlo si queremos un país que nos enorgullezca a todos. El viejo nos abandona en los tráiler de esa película.

Pero tuvo que advertir que la solidaridad reemplaza a la peleadera entre gente a la que conseguir la comida diaria es más complicado que hacer sus primeros diez mil y aun así encuentra oportunidades de dar al otro sin mirar color político.

Héctor Agüero supo ser persona y mantenerse en humildad, lo cual, si es raro ante la pandemia autoritaria y las feroces competencias por el menor olor a poder, así proceda de espejismos que nos han escogido, a dirigentes del gobierno y la oposición, como víctimas.

Ignoro el desenvolvimiento del viejo en el PSUV. Entiendo que se mantuvo a distancia de opulencias y parafernalias del poder porque no olvidó que venía de dormir en cama dura y persistía con buena fe en buscar una sociedad mejor para todos.

Héctor Agüero nos deja la interrogante sobre si hay que comenzar a confrontar soluciones en vez de insistir en divisiones, descalificaciones y agresiones contra uno mismo.

Simón García es analista político. Cofundador del MAS.
TalCual no se hace responsable por las opiniones emitidas por el autor de este artículo
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