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Trump con esteroides, por Gregorio Salazar

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Ahora que Donald Trump regresa a la presidencia de los Estados Unidos más poderoso y seguramente más radical que nunca, el régimen venezolano, con fecha de vencimiento 10 de enero de 2025, inicia apremiantes esfuerzos para reubicar las relaciones con el imperio norteño en un plano de «diplomacia de paz y de diálogo».

Nada sorpresivo que la cancillería venezolana –ya bastante aislada y vapuleada– haya abandonado siquiera por un día su acostumbrado tono panfletario e insultante contra todo el que no acepta de manera complaciente sus «verdades». Ese particular estilo según el cual el canciller colombiano se comporta como «un charlatán», el presidente chileno Boric es «un bolsa» y «un arrastrado» y el carnal asesor de Lula, Celso Amorím, un grosero agente del imperio. Pero hay, desde tiempos inmemoriales, más y peores ejemplos rayanos en lo escatológico.

De acuerdo al artículo 236 de la Constitución, una de las atribuciones y obligaciones del Presidente de la República es «dirigir las relaciones exteriores». Pero en Venezuela ese campo, colonia del libertinaje, semeja por lo regular una olla pútrida donde cualquiera del elenco mayor mete la totuma y salpica, ofende, veja a gobernantes, dirigentes, personeros de cualquier latitud.

Una atildada formalidad rebosa el comunicado del servicio exterior, emitido horas después de que los medios anunciaran el regreso avasallador de los Republicanos de Trump al ejecutivo y el legislativo. Después de un primer párrafo felicitante, la cancillería expone una posición principista: las relaciones deben estar «enmarcadas en un espíritu de diálogo, respeto y sensatez».

De entrada, elementalmente Nicolás Maduro, hoy presidente en ejercicio con ínfimos retallones de legitimidad, abandonó hace tiempo el camino hacia las dos condiciones previas que determinan relaciones justas y sensatas. Diálogo y respeto. El primero lo ha quebrado con la burla a los acuerdos firmados antes de las elecciones con la actual administración norteamericana.

Y en segundo lugar, pero más importante y decisivo, es que el respeto no podrá aspirarlo nunca –y no sólo de los Estados Unidos– un gobierno que se instaure en el poder el próximo 10 de enero como una vez lo anunció impúdicamente: «por las malas». Es decir, pasando por encima de la voluntad soberana del pueblo venezolano que escogió como presidente a Edmundo González Urrutia, con una ventaja porcentualmente mayor que la de Trump sobre su contendiente Kámala Harris.

El reconocimiento a la soberanía y a la determinación de los pueblos, como lo indica el tercer párrafo, por la experiencia pareciera no aludir a lo que strictu sensu entiende la comunidad democrática mundial por esos conceptos, sino a un singular territorio realengamente criollo y tropical donde soberana es sólo la cúpula que a sus anchas determina la regla y la ruta que todos los demás, dentro y fuera del país, deben aceptar sin chistar y sin osadas intromisiones.

Todavía resuenan los ecos de las viejas confrontaciones en las que con apoyo de Trump se dio curso al fracasado experimento Guaidó, del cual ni sus acompañantes quieren acordarse. Clavo pasado. Por el carácter impredecible que han marcado muchas acciones oficiales de Trump, difícil es vaticinar con cuál martillo ni con los cuales clavos vendrá, lo que sí parece difícil es que negocie para reconocer a un gobierno que constitucionalmente no existirá.

Lo que puede venir es lo que coloquialmente ya denominan «Trump con esteroides», ahora que copará por los menos los dos próximos años, hasta las elecciones intermedias, todos los ámbitos del poder del estado norteamericano. Pero acá –¡ay, acá!—habrá un régimen de ilegítimo origen sobre el cual el 10 de enero, salvo demostraciones en contrario de diálogo, transparencia y sensatez que le exigen hasta aliados como Brasil y Colombia, caerá un diluvio de condenas y repudios universales.

*Lea también: La pulsión autocrática, por Marta de la Vega

Por lo pronto, mientras el régimen venezolano, piando tardíamente, inicia la búsqueda de metas tan vedadas, las redes sociales siempre desbocadas e inclementes, implacables e inmisericordes, se encargan de recordar otros momentos de furor revolucionario y de máxima confrontación con Trump cuando de la alta vocería del régimen salían otros mensajes sin sordinas ni contemplaciones: «¡Pelucón! ¡Bandido! ¡Ladrón..!».

Gregorio Salazar es periodista. Exsecretario general del SNTP.

TalCual no se hace responsable por las opiniones emitidas por el autor de este artículo

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