Del país virtual al país cínico
“El cinismo consiste en ver las cosas
como realmente son, y no como se quiere que sean”.
Oscar Wilde
Nuestro país es un invento en poesía de Andrés Eloy Blanco y en novela de Rómulo Gallegos. El llano galleguiano tiene algo de espejismo movido, de versión retocada, y se encuentra mucho más nítido en los seis tomos de Diario de un llanero, de Antonio José Torrealba, compilados y comentados por Édgar Colmenares del Valle. Doña Bárbara es una novela que respira cierto machismo misógino y gallegos con el personaje del bachiller Mujiquita salda cuentas con ese paradigma de acomodaticia intelectual. En cuanto a lo poético hay que convenir que Andrés Eloy se convirtió en un juglar popular y contagió la poesía nacional de angelitos negros, uvas del tiempo y toda esa iconografía que apuntaba directo a la yugular del sentimiento popular. También es este un país inventado por la ADequidad, es decir la política sin ideas, pero con ese sentido claro de “no me dé, compañero, póngame donde haiga”.
Todo país es un invento de la imaginación, es una idealización amorosa, una querella, una nostalgia. Muchos individuos tienen con el país una constante riña de enamorados de la que escribió el poeta Robert Lee Frost. Escribir es casi siempre un pasar en limpio esas riñas de enamorados. En la lista de escritores cuyo protagonista principal es el país tenemos a José Rafael Pocaterra, Adriano González León, José Vicente Abreu, José Ignacio Cabrujas, Mario Briceño Iragorry, Mariano Picón Salas y es largo el etcétera.
Cuando era un imberbe inédito, especie de funámbulo de la lectura, que transitaba por los bares y cafés de la ciudad de Valencia, en compañía de escritores y poetas con cierta trayectoria literaria (e incluso libros publicados) utilizábamos al país, en nuestras tertulias y discusiones, como un esparrin para darle rienda suelta a nuestro boxeo retórico. Por supuesto al país lo ahormábamos a nuestra medida, le limpiamos de todas sus heces, entuertos y descalabros políticos. Luego en el taxi, ebrios y cansados de tanto boxeo oral de sombra, entendíamos que el país era conducido a un mejor destino por la argumentación filosófica del taxista de turno, inigualable cantera ficcional, especie de Blacamán urbano capaz de “convencer a un astrónomo de que el mes de febrero no era más que un rebaño de elefantes invisibles”.
En una breve relectura del libro Tío Tigre y Tío Conejo, de Antonio Arráiz, descubro todavía cierta actualidad de opereta, de espejo que refleja de algún modo el país actual, que no actualizado. Ese país retratado por Arráiz a través de nuestra fauna criolla revela que nuestros avances han sido externos, que nuestro crecimiento espiritual todavía es un enano cómico. En este zoológico creado por la oralidad popular Arráiz encuentra una plataforma ideal para retratar al país. Tío Conejo representa en estos cuentos al idealista que cree en la justicia y la dignidad y que a causa de ello siempre va contra, es el aguafiestas de la norma impuesta a la fuerza por el poder magnánimo que ostenta de manera abusiva Tío Tigre. No obstante, Tío Conejo teme convertirse en aquello que tanto combate y regala una tremenda lección: «Cierta vez —dijo— tuve un sueño (…). Soñaba con que yo era presidente de la república y Tío Tigre el más humilde y perseguido de los animales. Mis colmillos, mis uñas y mis ambiciones iban creciendo parejamente (…). Ustedes, mis queridos amigos, se habían convertido en mis ministros, en mis secretarios, en mis ayudantes; sostenían mi autoridad, pero ya no existía entre nosotros nuestros antiguos lazos de cariño…”. El poder cambia todo, desfigura todo, desdibuja cualquier paraíso idílico a la hora de relacionarlos los unos a los otros.
El país es una fuente de inspiración, y lo que los historiadores callan, maquillan, tergiversan, para no enlodar a los héroes de nuestro gentilicio patricio, viene el escritor a colocarlo todo en esa perspectiva libérrima de la imaginación. El país escrito con faltas ortográficas y políticas, con memorias, olvidos y lagunas está más enfático y vivo en las novelas y cuentos que en los polvosos y mitómanos libros de historia. Vivimos por mucho tiempo en un país virtual y por eso los escritores con su cinismo habitual van escribiendo un país distinto. Un país más cínico y desprovisto de todos esos afeites colaterales, un país mucho más de espectáculo real y sin medias tintas.
La literatura es el mapa del país que soñamos y el lenguaje es la patria donde residimos, esa metáfora que algunos nombran como destino.
Carlos Yusti
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