Waraos: una cultura que resiste en la ciudad

El Estado venezolano convirtió a los indígenas waraos en un pueblo de migrantes forzados, como consecuencia de un continuum degradé de sus dinámicas de vida. En ella, se incumplen las leyes y se establecen políticas de marginalización. Ante esto, el establecimiento de comunidades de esa etnia en otras ciudades, dentro y fuera del país, ha significado su transculturización, para poder adaptarse y sobrevivir.

Mariett Hamilton • 17 Junio 2025

Cada desplazamiento del pueblo indígena warao tiene algo en común: parte de quienes son se queda en los caños del Delta del Orinoco, donde dejan estelas de su bien más valioso: su cultura.

El inicio de la migración de los waraos se remonta a más de 50 años, con el cierre del caño Manamo, en 1965; la llegada de las empresas palmiteras y madereras de Winikina, entre 1979 y 1980; la epidemia del cólera, en 1991; y, más recientemente, el éxodo de más de siete mil indígenas a Brasil, a partir del año 2014.

Sumado a estos hechos, Germán Pirela advierte que, a partir del año 60, se aplicaron políticas públicas que “lejos de fortalecer procesos culturales identitarios, más bien los debilitaron”. El antropólogo asegura que “llegado los 90, que es cuando entramos en este período político, vemos no solo unas políticas con fuertes impactos a nivel ambiental, sino unas políticas a nivel social, a nivel organizacional, que tienen una incidencia en la organización social de las comunidades que es muy grave y que la desmarca de lo que sucedió en el pasado”.

Pirela considera que, desde 2005 en adelante, se produjo un “desmembramiento social, cultural y político progresivo dentro de la población warao”.

Hoy, los waraos se despiden de sus caños buscando sobrevivir en tierra firme. Un gentilicio que se traduce como “gente de la canoa” o “gente de agua” vive ahora fuera de su lugar ancestral, en el estado venezolano Delta Amacuro, un espacio que comenzó a habitar hace al menos ocho mil años. En la actualidad, también se asientan en cuencas fluviales de Monagas y Sucre.

La llegada a zonas urbanas representa para el pueblo warao una desvinculación con su territorio y el desarraigo parcial de elementos identitarios, como su vestimenta, gastronomía, bailes, rituales, cantos y más.

Un idioma que prevalece en la ciudad

Melquiades Ávila, un warao de 60 años, originario de la comunidad Bonoina, pensó que siempre permanecería allí, hasta que un día perdió a su hija de cuatro años, que enfermó repentinamente y falleció en 24 horas.

“Yo amo mucho a mi comunidad, a mi gente; pero también mis hijos tienen derecho de llegar a un hospital, por lo menos. Tienen derecho a tener un médico”.

Fue así como llegó a Tucupita, capital del Delta Amacuro. Ávila, quien es docente y periodista, sostiene que “nosotros, como pueblo indígena warao, nos identificamos por nuestro habla, nuestro idioma”.

Asegura que “todavía, un 95 por ciento de la población indígena warao habla su idioma” y que “hay un sector reducido de la población que lo entiende, pero no lo habla”. No obstante, afirma que “aún tenemos una gran reserva de nuestro idioma”.

Contrario a lo anterior, Eduardo (*), un warao que habita en una comunidad de Puerto Ordaz, considera que “a partir de que nos asentamos en una zona urbana, muchas de las tradiciones ancestrales que nos identifican las hemos perdido”.

Además, declara que “hay algunas comunidades que están perdiendo esta cultura [de hablar el idioma]”, como es el caso de Cambalache. “Se han casado los indígenas con no indígenas y los no indígenas han tratado de que los warao no sigan transmitiendo esta cultura a través de sus hijos”. A su vez, surgen términos como “indio” para referirse despectivamente a los miembros del pueblo warao.

El joven se define como un fiel defensor del warao, “para que no se pierda”.

Eduardo coincide con Ávila en que la característica principal que los identifica es su idioma, pues “a pesar de que estamos en zonas urbanas, hemos mantenido esa tradición de transmitirlo de generación en generación”.

El antropólogo Aimé Tillett destaca que “los waraos son todavía uno de los pueblos indígenas que más ha conservado un nivel importante de su habla; incluso, entre muchos hablantes monolingües, que solo hablan warao. Eso lo ves en las comunidades en el Bajo Delta”. Mientras existen otros pueblos que han perdido su idioma, “el caso warao no es, en ese sentido, el más grave”, enfatiza.

Es relevante la preservación de este idioma y su riqueza lingüística porque se trata de “una lengua aislada, sin parentesco filológico conocido”, según explica Antonio Vaquero, en su libro Los Warao y la cultura del Moriche.

En una visita a Cambalache en Puerto Ordaz, niños de la comunidad afirmaron no hablar warao

Abandono de su territorio y costumbres

Según la sociólogo Otaiza Cupare, miembro del equipo del Centro de Estudios Regionales de la Universidad Católica Andrés Bello, en Guayana, “no hablamos de pérdida total de la identidad, sino de desafíos que deben afrontar para conservar su identidad, sus costumbres”.

Carla Pérez, abogada e investigadora en el Área de Derechos de los Pueblos y Comunidades Indígenas del citado centro, resalta que el indígena desarrolla su cosmovisión e identificación con su entorno. “Si tú trasladas a los indígenas, no van a tener ese referente [del territorio]”.

En el 2022, el capítulo Derechos de los Pueblos Indígenas del Informe Anual de Provea reveló que “el reconocimiento territorial, condición indispensable para la supervivencia física y cultural de los pueblos indígenas, continuó sin materializarse”.

De acuerdo con el antropólogo Pirela, los warao son capaces de vivir una dualidad, pues salir de sus territorios “no implica que dejen de ser”.

Eduardo, el joven warao, explica que la amenaza de la desvinculación con las tradiciones ancestrales se debe a que “la cultura tiene un significado muy apegado a la espiritualidad”, cuya conexión es dada por el territorio donde realizan sus rituales y la persona que los hace debe ser alguien con autoridad espiritual dentro de la comunidad.

Una tradición desplazada es el Najanamu, festividad en la que se realizan bailes y ofrendas a su ser superior: el Ka Nobo. “Estando dentro de la ciudad no lo practicamos”, reconoce Eduardo. “Cuando se realiza dentro de una zona urbana, puede que a Ka Nobo no le guste y tenga una reacción inesperada”, comenta. Enviar una enfermedad es una de ellas.

Ávila, el warao que ahora vive en Tucupita, agrega que “tiene que estar una persona apta (Wisidatu), que conozca la materia de solicitar el permiso religioso. Sin embargo, se ha violado ese principio”.

“Vemos aquí, en Tucupita, en muchos actos culturales de la Gobernación, que los warao le cantan o hacen su baile, que uno ve inscrito fuera de orden”, agrega Ávila.

En cuanto a su gastronomía, Eduardo enfatiza que “a pesar de muchas dificultades, los waraos han tratado de identificarse con esta cultura milenaria”. Aunque su dieta fue a base de pescado, ocumo y moriche en los caños, es difícil conseguirlo en la ciudad; por eso, optan por una dieta “más común”, como “pollo, espagueti, arroz”.

Miembros de estas comunidades son propensos a padecer desnutrición debido a su dieta

Alfonso Campero Valenzuela, músico y cantautor warao, asegura que “nos resistimos a desaparecer”. Sostiene que llegar a la ciudad significó “transculturizarse”, porque bailes como Jabisanuka, festividades como Najanamu y los juegos autóctonos deportivos se han perdido, porque los jóvenes se “aferran al fútbol o al volleyball”.

Para Campero, todo esto se debe a que desde el núcleo familiar hay “debilidad”, como consecuencia de que los padres no educan a sus hijos sobre la historia de este pueblo originario.

“Como estamos aquí en la ciudad, la juventud se está aferrando más a lo que el jotarao (no indígena) es, y es como darle más fuerza cuando en mi casa yo no le hablo a mis hijos o mis nietos de lo que somos nosotros”, alerta.

En contraste con lo expuesto por estos representantes de sus comunidades y a propósito del Día Internacional de los Pueblos Indígenas, el 9 de agosto de 2024, en la página web del Partido Socialista Unido de Venezuela (Psuv) puede leerse: “Hoy el Gobierno Bolivariano, junto al presidente Nicolás Maduro, han desarrollado planes de formación comunitaria para los indígenas, así como también la educación intercultural bilingüe, saberes tradicionales, ancestrales y artesanales para consolidar su identidad y soberanía cultural”.

Desplazamiento forzado a Brasil

De manera errónea, se le atribuyen características como el nomadismo a este pueblo. No obstante, un informe de Acnur publicado en 2021, como parte de la serie Waros en Brasil,  sostiene que el desplazamiento de los waraos “no tiene relación con el determinismo cultural o nomadismo”, sino que está impulsado por la búsqueda de mejores condiciones de vida.

María (*) una mujer warao, defensora de DDHH indígenas y trabajadora humanitaria, quien prefiere mantener su identidad en reserva, cuenta que la primera barrera que enfrentan los indígenas cuando migran es lingüística. Ve con preocupación que “las nuevas generaciones que están naciendo en Brasil no hablan warao”. Asegura que por parte del gobierno brasileño “no hay un interés” por mantener vivos los idiomas indígenas.

“Nuestros niños y adolescentes tienen vergüenza de hablar nuestras lenguas. Primero, porque no los entienden; segundo, porque pueden colocarles “un adjetivo” despectivo”, señala.

De acuerdo con la entrevistada, viven un proceso de aculturación y apagamiento de su cultura. Otro cambio se refiere a su forma de vestir. Las mujeres warao elaboran un vestido típico con telas muy coloridas; sin embargo, las llaman “payasos” cuando lo usan.

“Las más viejas todavía se resisten a perder la identidad, a través de la vestimenta o de los collares; se resisten a perder la fabricación de artesanías”, recalca.

En Tucupita, las artesanías que elaboran las comercializan en el mercado local

Para María, no todo está perdido: la contratación de docentes waraos aviva la esperanza de que los niños aprendan su idioma y su cultura en las aulas.

“A pesar de todos esos desafíos que están colocados para nosotros los waraos aquí en Brasil, yo creo que también hay un movimiento de resistencia y de toma de nuestra cultura y decir con orgullo: ‘yo soy warao, yo soy indígena warao’, dice.

Se deduce del relato de María que, para quienes cruzaron la frontera venezolana, existe la lucha interna de “de querer volver y no poder», mientras apaciguan su nostalgia con la búsqueda de agua a sus alrededores, para recordar los caños deltanos. Se podría asegurar que los waraos siguen creyendo en la fuerza de sus antepasados, quienes resistieron antes y los motivan a hacerlo ahora.

El antropólogo Pirela asegura que “los waraos que emigraron se autoreconocen en Brasil y están dando toda una lucha para ser reconocidos por el Estado brasileño como indígenas waraos”.

 (*) Los nombres reales de las personas fueron modificados para preservar su seguridad.

Discriminación en Venezuela

En el preámbulo de la Constitución, Venezuela se reconoce como un país multiétnico y pluricultural. El Censo del año 2011 identificó 52 pueblos indígenas en el país, de los cuales el segundo más numeroso fue el pueblo warao.

Si bien la carta magna de 1999 inició un proceso para incorporar al indígena, a fin de proporcionarle mayor participación a nivel civil y político, “ha sido un reconocimiento a nivel muy simbólico, narrativo, que en realidad no se traduce en un cambio sustancial en las condiciones de vida de los indígenas”, manifiesta el antropólogo Tillett.

Según el misionero y antropólogo Josiah K’okal, el Estado venezolano aplica “políticas de marginalización” a este pueblo originario

Euclimar Palacios, educadora warao de 28 años, narra que, en una visita al hospital, se encontró a una madre warao con su bebé. La mujer no hablaba español y provenía del municipio Antonio Díaz. Palacios se percató de que decía desesperada en warao que el niño no respiraba. Una enfermera se acercó a preguntar qué sucedía y gracias a la intervención de la educadora logró la atención del caso.

A partir de este hecho, Palacios concluye que no contar con personal que hable el idioma dificulta los procesos en la mayoría de las instituciones públicas.

Otro aspecto que destacar es que los waraos tienen nombres propios y nombres originarios, que les asignan dentro de sus comunidades. Sin embargo, al llegar al Saime para el proceso de cedulación, solo agregan el nombre propio y el otro lo ignoran. Esto, pese a que la Ley Orgánica de Pueblos y Comunidades Indígenas establece en el Artículo 62 que “todo indígena tiene derecho a la identificación a través del otorgamiento de los medios o documentos de identificación idóneos, desde el momento de su nacimiento”; también, que “se garantiza a los indígenas el pleno derecho a inscribir en el registro civil sus nombres y apellidos de origen indígena”.

En ocasiones, los no indígenas catalogan a los miembros de pueblos originarios como “ignorantes”. Según Palacios, dicen “no, él no sabe nada, no podemos tomarlo en cuenta, pues no sabe leer, ni sabe escribir; mas no conocen las capacidades que tienen ni entienden las dificultades que implica el idioma”.

Pirela identifica que “el origen viene, en parte, de nuestro sistema educativo, que nos hizo ver a estos pueblos y comunidades como inferiores a las nuestras”.

Cultura en resistencia

El antropólogo Pirela apunta que los waraos “siguen considerándose un pueblo, una cultura y una comunidad en resistencia, frente a todos esos procesos que pretenden extinguir todo rasgo cultural de su existencia”.

Además, enfatiza que sí buscan reivindicar sus identidades, en medio de un contexto que deja ver claramente el “deja de ser, deja de existir, deja de hablar”. «Siempre está latente en esta población el sentimiento de resistir, ante ese desmembramiento cultural», asegura.

Los no indígenas regatean las artesanías para, más tarde, revenderlas a sobreprecio.

El cantautor warao Campero destaca que la educación sobre quienes son como pueblo debe recibirse en casa y debe perfeccionarse en la escuela, de manera que se fortalezcan los elementos que los identifica como waraos: su idioma, gastronomía y espiritualidad, además de sus cantos y sus bailes.

Eduardo aclara que una de las formas de asegurar que esta cultura ancestral permanezca es a través de las reuniones de niños y jóvenes con sus abuelos.  La oralidad se hace fundamental para la transmisión cultural, pues los waraos “son de cultura ágrafa”, es decir, no escriben su historia, según explica el misionero capuchino Julio Lavandero, en su libro sobre Delta Amacuro.

De acuerdo con Pirela, “la manera en que se brinda acompañamiento [a los warao] no es sostenible, no es pensada a futuro, no es sino siempre bajo una lógica asistencialista y paternal; y no hay una idea de sostenimiento de procesos para fortalecer a estos pueblos y comunidades”.

Como un pueblo cuyo derecho fundamental es la autonomía, tienen la potestad de tomar sus propias decisiones sobre cómo quieren vivir. Sin embargo, estas decisiones deben estar acompañadas por políticas públicas que eduquen desde niño a la población no indígena sobre la multietnicidad del país y la riqueza cultural de los pueblos originarios, que nos construyen como la sociedad que somos hoy.

Según Tillett, “las políticas para los pueblos indígenas deberían apoyar la propia visión de los indígenas de qué es lo que ellos quieren”.

De igual manera, es indispensable que el Estado garantice condiciones de vida digna dentro del país, que permitan oportunidades de crecimiento y desarrollo a estas comunidades, desde el cumplimiento de la Constitución, la Ley Orgánica de Pueblos y Comunidades Indígenas y acuerdos internacionales, respetando su cosmovisión.

Créditos

Coordinación Editorial
Alicia Estaba
Beisys Marcano
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Mentoría:
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Edición
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Ramón Rivera Verde
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