Consumado el fraude contra la soberanía popular, el régimen tiene el objetivo de consolidarlo para facilitar la continuidad indefinida de Maduro en el poder y garantizarse gobernabilidad.
En función de esos objetivos su estrategia es imponerle a la sociedad la existencia de una supuesta normalidad, de que lo pertinente e inevitable es un pase de página en relación a lo ocurrido el 28 de julio. Sus herramientas son la represión, la intimidación y la inducción a la desesperanza en la posibilidad de cambio así como en la inevitabilidad del continuismo.
De allí proviene su propósito de modificar la legislación en materia de seguridad nacional destinada a cerrar aún más espacios de participación, sustentar una escalada disuasoria contra la disidencia y en lo electoral restringir los derechos políticos de la ciudadanía; un ejemplo de lo último es amenazar a los actores políticos con impedirle su concurrencia a procesos electorales si no reconocen la decisión del TSJ sobre los resultados electorales e igual proscripción si desconocen al actual CNE.
Además de todo lo reseñado, se proponen convocar elecciones regionales y municipales como si nada hubiese ocurrido, para terminar de copar todas las instituciones del Estado e inducir una polémica probablemente conflictiva en el seno de las fuerzas democráticas; y la ridiculez de adelantar las Navidades a octubre, cómo si los venezolanos fuésemos pendejos.
En ese curso de acción reciben el concurso y el apoyo de sectores y personajes autodenominados opositores o demócratas moderados, amén de los consabidos alacranes y colaboracionistas (de nulo apoyo ciudadano) que insisten en responsabilizar a las fuerzas democráticas de impedir por radicales toda posibilidad de negociación para una transición. Algunos llegan a argumentar que la alianza María Corina- Plataforma Unitaria ha hecho y hace lo contrario para lograr una transición negociada a la Democracia.
Ese argumento es un ejemplo de cara durismo y manipulación puesto que: hay demasiada evidencia de que el chavismo obstaculiza cualquier negociación debido a su vocación dictatorial y porque no sienta que el contexto político lo obligue sí o sí a negociar su continuidad en el poder. De ser otro su talante y su evaluación de la situación, quizás, hubiese reconocido su derrota y se aprestaría a negociar una transición lo más favorable posible a sus intereses.
Por otro lado, María Corina ante el veto a su candidatura dio un paso al costado y apoyó un candidato sustituto para facilitar las cosas, el discurso de campaña de Edmundo y de ella fue de cambio (no podía ser de otro contenido), moderado y constructivo comprometido a favorecer una negociación para una transición pacífica e inclusiva. Ha podido llamar a la abstención; pero contra lo que esperaba el chavismo y otros actores políticos actuó con grandeza y asertividad estratégica.
La infeliz (por la nula representatividad política de los asistentes) reunión del 9/10 de Jorge Rodríguez con los partidos comparsa del régimen apunta en la dirección arriba señalada de que todo está «atado y bien atado» y en la búsqueda de aislar a las fuerzas de cambio y desgastarlas.
El régimen ejecutó el fraude y se comporta cómo lo está haciendo porque: se percibe con capacidad para soportar las presiones internacionales en un contexto mundial signado por el conflicto del Medio Oriente, la guerra ruso-ucrania, las elecciones en Estados Unidos. Eventos que limitan o disminuyen la capacidad de influencia y de acción de la comunidad internacional democrática.
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También porque, por ahora, su solidaridad no trasciende de lo declarativo y apuesta que no habrá acuerdo y coordinación para acciones duras capaces de poner en riesgo la gobernabilidad de la dictadura venezolana. A lo anterior habría que agregar el alineamiento sólido de la FAN con el continuismo y los instrumentos empleados para generar gobernabilidad interna a toda costa.
Gonzalo González es politólogo. Fue diputado al Congreso Nacional.
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