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Civismo ingobernable, por Lidis Méndez

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En medio del colapso del Estado venezolano, surge una forma de resistencia que desafía la tradicional obediencia cívica y configura el rol de la ciudadanía en contextos de crisis extrema, este fenómeno, al que podemos llamar civismo ingobernable, captura la esencia de una sociedad que, aún bajo el desgaste institucional y la ausencia de garantías estatales, se rehúsa a doblegarse ante un sistema percibido como injusto y disfuncional. Este nuevo civismo, lejos de fundamentarse en la sumisión a las reglas establecidas, construye formas alternativas de organización, subsistencia y justicia que desafían, silenciosa y pacíficamente, el statu quo.

Esto es producto del resultado de décadas de corrupción, clientelismo y políticas que, en lugar de proteger, han instrumentalizado a los ciudadanos para consolidar poder e inducir una disfuncionalidad del Estado que se ha convertido en una realidad cotidiana: Privando a los ciudadanos de servicios básicos, seguridad, justicia (elementos que constituyen el fundamento mismo del contrato social) y donde las instituciones fallan en su propósito básico de protección, ¿qué significa entonces ser un «ciudadano cívico»?

Nuestro caso puede compararse con otras naciones en crisis, como algunos países de África subsahariana o comunidades en zonas de conflicto, donde los ciudadanos han recurrido a la economía informal, redes de apoyo mutuo y mecanismos de autogestión.

Estas experiencias globales refuerzan la idea de que el «civismo ingobernable» es una respuesta natural cuando el Estado no cumple con sus funciones básicas, pero también sugieren que estas soluciones informales presentan dilemas y limitaciones que merecen una consideración detallada.

El civismo ingobernable es una respuesta racional a la situación actual, pero su dependencia en la economía informal y redes de autogestión lo convierte en una solución temporal y frágil. A pesar de brindar alivio inmediato, estas prácticas presentan riesgos significativos, perpetuando condiciones de vulnerabilidad e informalidad económica. La economía informal, que crece en respuesta a la incapacidad del Estado para proveer empleo formal y digno, a menudo se convierte en una trampa: es inestable, carece de protección social, y refuerza la precariedad, limitando la posibilidad de una ciudadanía plena.

Esta economía paralela y autogestionada mantiene a los ciudadanos en una posición de supervivencia, pero sin la capacidad de exigir cambios estructurales profundos. Es un sistema que, si bien desafía la narrativa estatal, al mismo tiempo podría contribuir a la normalización de la precariedad y a una aceptación implícita de la disfuncionalidad estatal. Así, el civismo ingobernable, aunque eficaz a corto plazo, no reemplaza la necesidad de una estructura formal y legítima que pueda ofrecer estabilidad y justicia social a largo plazo.

Uno de los retos más grandes que enfrenta el civismo ingobernable es la cultura de dependencia y conformismo, desarrollada y reforzada a lo largo de años de a través de la propaganda estatal. Esta actitud no es una simple elección de los ciudadanos, sino el resultado de un contexto donde la disidencia puede traer represalias y la dependencia económica ha sido usada como un mecanismo de control. En estas condiciones, el conformismo se convierte en una respuesta racional frente a la incertidumbre y el miedo.

Reconocer que esta cultura de dependencia es producto de circunstancias coercitivas, y no de una elección libre, es fundamental para entender los límites del civismo ingobernable. Esta resistencia, aunque fragmentada y silenciosa, podría verse como una aceptación implícita de la falta de un proyecto político organizado que pueda enfrentar el poder estatal de manera efectiva. La verdadera cuestión es si esta forma de civismo puede evolucionar hacia un movimiento de cambio estructural, o si permanecerá como un mecanismo de subsistencia sin mayores aspiraciones de transformación política.

El civismo ingobernable en Venezuela no debe entenderse como un acto de rebeldía desorganizada, sino como una forma de resiliencia ante condiciones extremas. A través de pequeños actos de cooperación, solidaridad y autogestión, los venezolanos están reconstruyendo una noción de ciudadanía que se adapta a las limitaciones de su entorno.

Este saber-hacer cotidiano permite a los ciudadanos mitigar las consecuencias de la crisis y desafiar el poder estatal desde la autonomía.

Sin embargo, la fragmentación de esta resistencia y su carácter espontáneo limitan su capacidad para trascender la supervivencia y convertirse en un movimiento de transformación social. La falta de coordinación y liderazgo impide que el civismo ingobernable alcance una cohesión que le permita consolidarse como una fuerza de cambio. Para muchos, es una resistencia necesaria, pero insuficiente frente a la magnitud de los desafíos que enfrenta el país.

El civismo ingobernable plantea una paradoja compleja: ¿puede la ciudadanía desafiar al poder sin comprometerse en un proyecto político de largo alcance? Aunque la autogestión y la economía informal proveen alivio, también presentan el riesgo de convertirse en mecanismos de normalización de la precariedad. Esta resistencia silenciosa necesita una reflexión profunda para evitar que se convierta en una aceptación pasiva de la crisis.

Para que el civismo ingobernable evolucione más allá de una respuesta de emergencia, es necesario que los ciudadanos encuentren modos de organización y liderazgo que transformen esta resistencia fragmentada en un movimiento capaz de enfrentar al poder y exigir una reconfiguración del Estado. Sin un enfoque colectivo y una visión a largo plazo, el civismo ingobernable podría quedar atrapado en el ciclo de la sobrevivencia sin alcanzar el cambio estructural que Venezuela necesita.

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La verdadera transformación requiere que esta resistencia cívica silenciosa evolucione hacia un movimiento estructurado que pueda reconstruir el contrato social y exigir un Estado que sea funcional. Venezuela no solo enfrenta el reto de sobrevivir, sino de redefinir lo que significa ser ciudadano en un país colapsado. El civismo ingobernable, aunque poderoso en su capacidad de desafiar al poder establecido, necesita evolucionar hacia un proyecto de cambio real para no convertirse en una simple adaptación a la precariedad, el tal sentido la conformación de un centro político para el país, más que una aspiración, debe entenderse como una necesidad. 

Lidis Méndez es politóloga. 

TalCual no se hace responsable por las opiniones emitidas por el autor de este artículo.

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