El juramento de Nicolás Maduro ante el parlamento nacional ha generado mayor incertidumbre, no solamente en la población venezolana, en la opinión pública mundial y forma parte de una gran dinámica en que está envuelta la política interna, es una encrucijada sin señalización y donde nadie sabe cuáles van a hacer los resultados finales. Estamos en el ojo del huracán donde dos grandes potencias se disputan el control del país, pero en la práctica con la direccionalidad del actual régimen, ya sabemos el acercamiento con los sectores de la izquierda trasnochada y sectores musulmanes del Medio Oriente.
El propio hecho de organizar un proceso electoral el 28 de julio a cinco meses de la toma legal constitucional de la primera magistratura nacional ya nos da una idea de cinco meses de agonía que atenta en contra de la institucionalidad y la buena marcha del país, ese distanciamiento de meses ya nos daba una idea del nivel de conflictividad que se nos avecinaba, pero no habíamos medido el alto costo que teníamos que pagar y el habernos metido en ese túnel negro la cual hoy hacemos grandes esfuerzos por salir.
El gobierno luego de desconocer los resultados electorales y apelar a sus aliados institucionales ya que no existe autonomía de poderes, maquilla los resultados electorales con una sentencia, que en vez de aclarar jurídicamente, lo empaña más y lo enreda más, a tal punto, que deja la mayor evidencia con los llamados peritajes en el momento del manejo de las actas de los resultados ya que dicha inspección no fue transparente a los ojos de los factores democráticos que no tuvieron acceso. Otra institución plegada al gobierno fue la Asamblea Nacional cuyos integrantes son afectos al régimen, incluyendo a los que se hacen llamar “oposición democrática” cuyos miembros han recibido todos los favores económicos desde Miraflores y actúan como satélites y apaciguadores de bolsillo; eso significa, que el partido único (PSUV) en el poder desde hace veinticinco años se encuentra blindado para seguir atornillado en el poder.
Los actos protocolares del diez de enero en el parlamento nacional estuvieron marcados por una serie de hechos, que evidenciaron aún más, que no todo está bien y la inasistencia de los países de América Latina como Colombia, Brasil, Chile, Perú, Bolivia, Guatemala, Estados Unidos, Ecuador, Uruguay, República Dominicana, Panamá, Honduras, México, El Salvador Argentina, entre otros, marcaron el distanciamiento con el actual modelo político que allí se juramentaba de una manera fraudulenta; los países de Europa encabezados por España también se abstuvieron de participar y fijaron posición diplomática para no avalar el acto de quien no ha podido demostrar el triunfo electoral. Lo que sí se evidenció fue la participación de dos países dirigidos por dictadores comunistas y violadores de los Derechos Humanos como Cuba y Nicaragua, eso muestra el camino para donde vamos, lamentablemente.
El discurso del juramentado estuvo marcado por las incoherencias y la falta de respeto para los sectores del país, la confrontación verbal para demostrar lo guapetón de barrio y muy distante de una conciliación democrática o de ver una salida a la grave crisis económica, por lo menos, que marcará un nuevo rumbo en el desequilibrio social de la nación. Ahora tenemos una nueva realidad marcada por la agudización del conflicto interno, el aislamiento del país y un elemento nuevo, el aumento de la recompensa de quienes dirigen el gobierno, ahora si es verdad, que podemos decir como el Chavo del ocho: ¿Ahora, quién podrá defendernos?
La incertidumbre económica, el caos político partidista, el vacío de la institucionalidad, la frustración de la ciudadanía es lo que se observa en el horizonte, de allí que los días venideros serán como una granada sin la espoleta, en cualquier momento estalla en mil pedazos. Que Dios nos agarre confesados.
