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El acontecimiento del 7 de octubre disparó una serie de interrogantes iniciales: ¿cómo fue que esto pasó? ¿a qué responde? ¿cómo deberíamos denominar a este episodio? A un año de ese día, estas preguntas fueron sustituidas por otras: ¿puede esto revertirse? ¿cómo? ¿existe un «día después»?
Algunas de estas preguntas también fueron reemplazadas, no siempre por otras nuevas, sino por discursos que ofrecen verdades sobre quiénes son las víctimas y quiénes los responsables del dolor de unos y otros. En definitiva, estas verdades no tienen tanto que ver con lo ocurrido, que hasta fue documentado por perpetradores, víctimas fatales y rehenes, sino con cuál es la grilla de inteligibilidad correcta para interpretarlo.
El 7 de octubre, ¿se trató de un acto de resistencia contra el colonialismo? ¿es la violencia un medio justificable? Más aún, ¿qué acciones califican como genocidas, las de Hamas o las del gobierno israelí? La veloz toma de posiciones puede pensarse como un gesto más de la actual tribalización de ámbitos institucionales, educativos, y de espacios de divulgación de información –portales de noticias y redes sociales– que también son plataformas de encuentro, formación de opinión y de sentidos de identidad y pertenencia.
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La rápida conformidad con lecturas banales es un gesto de la aceleración irreflexiva del presente, tanto como un reflejo de la activación intensa de prejuicios preexistentes. Por un lado, las vidas de los combatientes, de los rehenes retenidos, de los que regresaron vivos y los que no, y de los miles de gazatíes muertos, en un contexto de más de un millón de desplazados en extremo vulnerables, representan sólo una parte del acontecimiento del 7 de octubre. El hecho se proyecta en una concatenación de eventos dramáticos en los territorios involucrados, pero también se alza una marea que reviste al hecho desde afuera.
Michel Foucault observó que Moses Mendelssohn e Immanuel Kant, filósofos de la Ilustración, se preguntaron, al mismo tiempo y sin saberlo, qué es aquello que, en su presente, exhibe un sentido especial para la reflexión. En otras palabras, qué compone aquel “ahora”: el tiempo compartido en el que se vive. A Foucault le interesó que Kant, años más tarde, señalara sobre la Revolución Francesa, que no era el drama revolucionario lo que constituía al acontecimiento, sino el modo en que aquella se convirtió en espectáculo, arrastrando consigo a quienes no participaron directamente de ella.
Esta clave de observación lleva a apreciar que no solo las acciones militares y la violencia impactan, sino también la forma en que estos eventos son observados, interpretados y, en muchos casos, absorbidos por una audiencia global que es “arrastrada” a disputas, no menos implacables, por dominar la narrativa del conflicto. Tras un año de oleaje inquieto, ¿qué es lo que la marea ha arrastrado y ahora reposa en la arena?
La securitización antes que la política
Las preguntas formuladas tras el ataque terrorista han mutado, pero todas se vinculan con lecturas sobre la temporalidad de los sucesos: no sólo sobre su duración –rasgo dependiente de elusivas condiciones para la paz– sino, respecto de qué hay de propio y distintivo en el tiempo que vivimos que hace que esto que sucede no se termina. Otros casos –la guerra ruso-ucraniana y la fraudulenta eternización de Nicolás Maduro en Venezuela a través del fraude– evidencian la escasa solvencia de los procedimientos políticos actuales para anticipar y destrabar conflictos, y para producir peldaños para tratarnos como seres humanos
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