El haber nacido en Escuque ya es llevar un sentimiento de poeta, de soñador, de
conversador y de ser originario del realismo mágico; conversar con el abuelo Emiro era
transportarse a otros mundos donde no existe tiempo ni espacio simplemente sentimientos
puros.
Narraba sus andanzas de su viejo poblado, La Mata de Escuque, como que si todo estuviese
ocurriendo en ese preciso momento, en tiempo real, la descripción natural de los hechos te
convertía en un compañero de viaje de la travesía narrada: los colores, los olores, el paisaje,
los caminos, los movimientos, los ruidos y el canto de los pájaros, era todo un concierto
verbal inspirado en más de noventa años de vivencia y cuyo trajín estuvo marcado por una
inmensa soledad y el cúmulo de los recuerdos.
Su cultura de hombre campesino lo demostraba en sus manos callosas y rústicas, pero eran
esas mismas manos que acariciaban las plantas, las podaba con ternura, no permitía que se
secaran, igual actitud asumía con los animales de corral o de solares, le preocupaba la
siembra cuando no llovía o el verano era muy fuerte, vivía pendiente de los pases lunares
para sembrar, podar o capar algún animal doméstico.
Un hombre de mucha fe, pero no fanático así se definía. Su convicción sobre el Dios vivo lo
demostraba en sus oraciones cuando se iba a dormir o cuando se levantaba cuya letanía
siempre comenzaba con la Virgen del Carmen y el Niño Jesús de Escuque, dicho ritual
también lo desarrollaba en silencio mientras hacía sus prácticas de sobandero o cuando le
ponía los santos olíos a los recién nacidos. Aquellas callosas manos en más de una
oportunidad llevaron al hueso dislocado a su puesto, desplazaba lo que él llamaba agallones
en cualquier dolencia de las articulaciones, pero que nunca se lavaba las manos al terminar
cuando sobada, simplemente se secaba con un trapo y esperaba unas cuantas horas para
lavarse. Una vez le pregunté, ¿Abuelo porque no se lava las manos? Y su respuesta fue: si
me lavo, el frío del agua va a dañar más la parte que sobé, hay que esperar que la fluya la
energía. Allí entendí que mi abuelo era un físico cuántico.
El viejo Emiro tenía más de setecientos compadres y más de mil ahijados de allí el poema
que le dedique a mi querido abuelo:
Poema Al Compadre Emiro
Allá va el compadre Emiro directo a su parcela en Zaragoza/
Más de un saludo se encuentra al salir de la calle seis, donde habita y reposa.
Su caminar rapidito, su escupitaje de chimó y su costal en el hombro/
Lo identifican plenamente por ser un labriego de profundidad y sembrador.
Adiós compadre Emiro. Grita su vecino/
Mientras su ahijado se inclina y expresa con dulzura devoción, bendición padrino/
Ambos se topan en el camellón.
Ese tarajallo de ahijado ya está hecho un hombrón/.
Responde el padrino orgulloso de aquel tarajallón.
Así es compadre. Compadre Emiro como pasa el tiempo de su celebración/
Y nos recuerda aquel fiestón/, donde usted le coloco los santos olios/
Y hasta el agua bendita nos bebimos, pensando que era ron.
Ya para despedirse de aquellas familias de compadres y comadres/
Con un réquiem de versos y letanías la bendición les extendía/
Dios me los bendiga y la virgen del Carmen me los cuide y con la señal de la santa cruz, se
despedía.