El fenómeno populista tiene larga data en América Latina. Juan Domingo Perón en Argentina, Lázaro Cárdenas en México, Paz Estenssoro en Bolivia, entre otros, son algunos de los ejemplos históricos. Sin embargo, en el curso del siglo XXI hemos visto una segunda oleada populista, que ha sido etiquetada como «neopopulismo», con figuras como Chávez-Maduro en Venezuela, Correa en Ecuador, Kirchner en Argentina, Morales en Bolivia, y más recientemente López Obrador en México.
Las experiencias históricas populistas y neo-populistas han surgido como una respuesta política o bien como una «alternativa» a la crisis de la democracia liberal. Se han instaurado como una «nueva» forma de representación e identificación política, gracias a la paulatina deslegitimación de las instituciones políticas tradicionales. A pesar de su diversidad, existen algunos rasgos que se encuentran en la mayoría de los movimientos populistas como un liderazgo mesiánico, promueven el odio y la militarización de la sociedad, son proclives a eventos plebiscitarios no competitivos y fetichizan la palabra pueblo.
Otro aspecto interesante de los populismos es el crear «democracias de fachada» donde el régimen mantiene una apariencia de legitimidad democrática ante la comunidad internacional, pero en la práctica, el poder está monopolizado por el «mesías» en nombre de «la voluntad del pueblo».
El ascenso al poder del neopopulismo en América Latina ha permitido la emergencia de nuevos actores políticos, sin que ello haya significado el desafío o la ruptura con el orden económico hegemónico, es decir, el marco capitalista y neoliberal dominante. El neopopulismo, entonces, en lugar de constituir una ruptura directa, se convierte en una estrategia política que canaliza o reprime el descontento popular sin alterar la base estructural del sistema hegemónico dominante, sirviendo como una «válvula de escape» que permite al sistema adaptarse y absorber las tensiones sociales.
Los regímenes neopopulistas de Chávez-Maduro, Correa, Kirchner, Morales, López Obrador, entre otros, han implementado agendas económicas que, pese a su retórica anti-neoliberal, mantienen elementos clave del neoliberalismo, como el pago de la deuda externa, la precarización laboral a través de la flexibilización, el trato preferencial al capital transnacional, la implementación de impuestos regresivos y un endeudamiento externo desmedido. Suelen emplear instrumentos corporativos para asegurar el control vertical sobre las organizaciones de masas, las cuales son dirigidas o manipuladas a voluntad por el líder, permitiendo la movilización social controlada. Estas políticas, lejos de reducir la pobreza y la miseria, han generado una mayor marginalización y exclusión social. Además, estos regímenes han conducido a una concentración del poder, consolidado bajo el control represivo del líder.
El populismo en la construcción de su perversa narrativa polarizadora divide a la sociedad en dos grandes bloques antagónicos: «el pueblo» y «los enemigos del pueblo». Esta dicotomía tiene como propósito estratégico: consolidar apoyo popular y justificar la concentración antidemocrática del poder. En el discurso populista, el «pueblo» es idealizado como una entidad homogénea y virtuosa. Representa los valores auténticos de la nación, la moralidad y la justicia social. Sin embargo, este concepto de «pueblo» no se refiere a la totalidad de la población, sino a aquellos que apoyan al líder populista o al movimiento. Los que están fuera de este grupo quedan automáticamente etiquetados como parte de los enemigos del pueblo.
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El otro lado de esta construcción son los «enemigos del pueblo», que suelen ser descritos como corruptos, apátridas, cipayos e inmorales. Esta categoría incluye a aquellos no afines al proyecto populista, quienes son presentados como responsables de todos los males que aquejan a la sociedad: pobreza, desigualdad, corrupción, etc. Este enfoque permite al líder populista señalar culpables externos e internos y redirigir la frustración popular hacia ellos.
Dada su poca consistencia teórica y la carencia de una línea ideológica, el neopopulismo latinoamericano no ofrece un modelo de cambio real o sostenible. Su retórica antiimperialista y de inclusión social son una fachada que esconde un sistema de control, manipulación y represión.
Estos regímenes, al no abordar las causas estructurales de la pobreza están destinados al fracaso, dejando a los sectores más vulnerables en una situación aún más precaria de la que partieron.
José Rafael López Padrino es Médico cirujano en la UNAM. Doctorado de la Clínica Mayo-Minnesota University.
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