Los antiguos griegos concibieron la ciudadanía como un medio de participación de la gente en los asuntos públicos. Ser ciudadano implicaba un estatus para ejercer plenamente los derechos políticos y obligarse a respetar las decisiones que adoptaba la mayoría. No todos gozaban de estatus. La ciudadanía estaba destinado para quienes cumplieran tres requisitos esenciales: nacer en Grecia, varón y mayor de edad. Así que el ciudadano aprovechaba esa prerrogativa con convicción y entereza. No la desperdiciaba.
Hoy la ciudadanía es amplia. Trasciende a lo meramente legal, al ejercicio de derechos y cumplimiento de deberes. Lleva implícito el sentido de pertenencia de un individuo con su entorno de vida y el compromiso de ser sujeto transformador de la situación que le oprime en todos los espacios de la vida. Para ello requiere que la persona asuma una clara conciencia de su papel protagónico como miembro de una comunidad, la cual es de naturaleza política.
No basta, entonces, hablar de ciudadanos si éstos tienen una actitud conformista y distante de los asuntos publicos. Si solo se limitan a acudir a votar periódicamente y esperar que los gobernantes hagan y deshagan de manera caprichosa en nombre del colectivo. Estaríamos en presencia de una masa amorfa, de seres invertebrados, parafraseando a José Ortega y Gasset, a merced de los intereses de mandatarios populistas y despóticos, tal como ocurre en gran parte de la región latinoamericana.
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La Venezuela que habló el pasado 28 de julio, debe levantarse de las cenizas y asumir un compromiso ciudadano con valentía, consciente de producir mejores condiciones de vida, incentivar la cultura emprendedora y garantizar la convivencia social de ahora en adelante. No se trata de esperar qué va a ocurrir el próximo 10 de enero, fecha que constitucionalmente marca el inicio de un nuevo periodo de gobierno. La Venezuela que apostó al cambio en democracia con la fuerza del voto está obligada a derrotar el miedo y levantarse para construir el camino de la transición política. Debe tener clara convicción de que la soberanía popular debe respetarse y fortalecer el músculo social para exigir la salida de los ilegítimos, de los que han conducido al país por el oscurantismo, la degradación ética y el sufrimiento colectivo.
Esta titánica responsabilidad conlleva al entendimiento de todas voluntades ciudadanas a manejar una sola estrategia de lucha, a organizarse de forma inteligente y fortalecer una red de comunicación que pueda sortear exitosamente la arremetida represiva del agonizante modelo político. Es fundamental levantar el optimismo, la fe y la pasión por la nueva Venezuela, dinamizada por grandes talentos orientados a la reinstitucionalización nacional, prosperidad económica y fortalecimiento democrático. Está llegando la hora de convertirnos en verdaderos ciudadanos y ser ejemplos para las nuevas generaciones.
Politólogo y profesor universitario
COSTA DEL SOL