Dos mil invitados internacionales. Boato. Desfile de avionetas. Alfombras rojas. Cadetes de gala. Trompetas desafinadas. Corbatas como lenguas descolgadas. Redoblantes destemplados. Avenidas militarizadas. Empleados públicos arreados. Fusiles. Dispendio sin límites. Pompa y solemnidades postizas. Lastimosamente, ni parafernalia palaciega ni aquelarre callejero legitiman como sí lo hace el voto, el sencillo pero poderoso sufragio depositado por los ciudadanos de cualquier condición social.
Se puede aludir, sin embargo, al articulado de la Constitución Nacional, cuya desnaturalización se intentará una vez más, ahora en conciliábulo parlamentario. Pero muchos venezolanos, (dirigentes políticos, defensores de los derechos humanos, periodistas…) dirán desde su lugar de reclusión, incluso sin saber bajo qué cargos, que su articulado está en suspenso.
Se oye decir «soberanía popular» y resulta sólo un vocablo más que resuena hueco y que apena a los próceres de la libertad desde sus óleos del Salón Elíptico. Pero en el plano de la realidad a quienes votaron el 28 de julio y aún están esperando los resultados desglosados y en detalle sobre cómo y a quién eligieron los venezolanos ese día. Lo exige el pueblo venezolano, lo demanda el mundo libre.
Tal vez nunca en un acto similar, pero de naturaleza muy distinta a partir de su legitimidad, se había hecho tanta mención de la Constitución Nacional. La Constitución va y viene en boca de los actores. Proclaman una y otra vez que por ella se rigen. Recuerdan que fueron sus constructores y redactores. Que fue aprobada en referéndum nacional. Por eso mismo, valdría la pena honrarla. Ellos primeramente que cualquiera.
Una y otra vez vuelven sobre su texto. Se la echan encima como si de un camisón se tratara, falso ropaje, dicen los críticos, para fines contrarios a sus garantías. Se insiste en que garantiza un estado social de democracia y de derecho y que fue aprobada a contrapelo de intereses imperiales. Pero si algún reclamo popular corre en la calle es la exigencia de que vuelva a su vigencia, que se restablezca el Estado de Derecho, el imperio de la ley. Y que la obedezcamos todos, los ciudadanos y los Poderes Públicos.
Para sorpresa, cuando se hace mención del acto electoral celebrado el 28 de julio, no se alude al mandato constitucional. Ni siquiera porque acababan de decir que la cumplen «a rajatablas». No. «Nos dio la gana convocar a elecciones para que el pueblo eligiera».
Cuando se pasó al capítulo de las promesas no hubo ninguna sorpresa: paz, prosperidad, igualdad y nueva democracia. Vaya, las mismas promesas desde el día del golpe originario, cuando se ofreció a refundar la patria que hoy, tras veinticinco años de gestión, echa de menos a más de ocho millones de sus hijos.
El micrófono aguanta todo. Viene «un plan de futuro, de las grandes transformaciones, desarrollado de manera armónica, simultánea, vaya pueblo, vaya patria…». El nuevo sexenio traería, en suma, «desarrollo multiforme», crecimiento, progreso, tres millones de viviendas, felicidad para los abuelos, para los que se pide un aplauso, que seguramente recibieron en sus hogares con los mismos 3 dólares de pensiones en bolívares archidevaluados.
«Esta constitución está victoriosa y Venezuela está en paz. En plena soberanía», se afirmó. Ahora la volverán a intervenir, porque la van «a ampliar, mejorar y embellecer». Ya se pueden imaginar los resultados que saldrán de una AN hegemónica.
*Lea también: Abajo cadenas, por Fernando Luis Egaña
Se inicia un nuevo período que se visualiza duro en todos los sentidos lleno de incógnitas, interrogantes e incertidumbre. No importa cómo se jure. La revolución, o como se llame este proceso, inicia un rumbo incierto. Esta vez sin pueblo, como lo demostró la votación popular en la magna fecha del 28 de julio. Dios proteja a Venezuela.
Gregorio Salazar es periodista. Exsecretario general del SNTP.
TalCual no se hace responsable por las opiniones emitidas por el autor de este artículo