A mediados del año 2023 un grupo de activistas de sociedad civil y defensores de derechos humanos, con el apoyo del sociólogo Héctor Briceño, realizamos un ejercicio de escenarios sociopolíticos factibles para el país. Tras dos días de reflexión y debate construimos cuatro posibilidades, que en aquel momento endosábamos al comportamiento de los liderazgos y sus bases de apoyo. El más favorable para la transición a la democracia lo titulamos, hace 36 meses atrás, «Cambio inminente», al que nos referíamos en broma como «Atrévete a soñar». Cuando faltan pocos días para el proceso electoral es, de los 4 escenarios, el que parece tener mayor probabilidad de ocurrencia: De los 7 indicadores desarrollados, 5 de ellos se han cumplido. ¿Qué pasó con los otros dos? En este texto quiero hablar sobre ello.
Sentados en círculo y alejados de la vorágine de la ciudad, necesitábamos asirnos de alguna certidumbre para navegar en medio de la oscuridad. Apenas comenzaba el proceso de organización de las elecciones primarias. Desconocíamos la dirección que tomarían los acontecimientos. A distancia, Héctor Briceño utilizaba todo su background del Cendes para darle sentido a la discusión.
En aquel momento había dos matrices de opinión colonizando el imaginario. La primera que el cambio, dada la situación de las organizaciones políticas, tendría más posibilidad en el año 2030. La segunda, que éramos el centro de un conflicto geopolítico de dimensiones planetarias, por lo que la comunidad internacional estaba llamada a ser la protagonista. Nuestras conclusiones iban en sentido contrario.
Las dos claves de la evolución del conflicto serían, en primer término, los niveles de cohesión de ambos liderazgos. Y para el caso de la alternativa democrática, con el añadido de la construcción de mecanismos de toma de decisión con los mayores consensos posibles. En segundo lugar, la confianza de las bases de cada sector en sus propios dirigentes, con el plus para la oposición de la recuperación de la esperanza en la posibilidad de un cambio a corto plazo. De la conducta de estas dos dimensiones creíamos que iba a depender lo que iba a hacer la comunidad internacional, no al revés.
Detallamos cuatro resultados de las diferentes configuraciones de esas dos dimensiones clave, con 7 indicadores. El más optimista, «cambio posible» decía que, si la alternativa democrática lograba niveles óptimos de coordinación, y de mecanismos internos de toma de decisiones colegiadas, lograría a su vez una amplia recuperación de la confianza de sus bases en una transformación inminente.
Un tercer indicador era el uso de la persuasión por parte del gobierno, que en este caso tendría íngrimos resultados. Esto aparejado al cuarto componente: la poca confianza de las bases gubernamentales en que su liderazgo podía mejorar sus condiciones de vida. Con este comportamiento la Comunidad Internacional, que incluía a los países latinoamericanos, se sumarían a la petición de elecciones con garantías democráticas.
Cuando escribo este texto, 15 de julio de 2024, estos 5 indicadores se cumplieron. ¿Qué pasó con los otros dos? Las dos dimensiones que fallaron fueron, en «atrévete a soñar», que a) Habría importantes fracturas en la cohesión de la cúpula gubernamental y b) Habría una situación de represión masiva y generalizada.
La aventura de pensar es hacerse preguntas e intentar responderlas mediante hipótesis. Y a continuación corroborar o falsear lo dicho, para mejorar el propio conocimiento antes de aplicarlo a la realidad. Es el método científico de toda la vida, hoy enriquecido y problematizado con los descubrimientos de la postmodernidad. ¿Por qué el chavismo no se ha dividido?, ¿Por qué permanecen los castigos puntuales y ejemplares, en vez de una persecución masiva y generalizada? Paso a compartir las posibles respuestas, esperando nuevos datos que las confirmen o desestimen.
1) La cohesión de la élite oficial, entendiéndola como la unidad del alto y mediano chavismo. La hipótesis es que estamos viendo una unión hacia afuera, pero a lo interno habría un proceso creciente de desconfianza entre los diferentes componentes de la coalición dominante. Los errores comunicacionales de la campaña del candidato Maduro no sólo pudieran ser atribuibles a la soberbia y el desconocimiento, tanto del hecho comunicacional como de la propia realidad del país.
También reflejan la propia situación interna del chavismo, signada por la descoordinación y la ausencia de una «autóritas» central. No se sabe cuál es la consigna eje de la campaña («Gallo pinto», «Tenemos fe», «Maduro pa´lante es palla»…) porque desde diferentes instituciones se ejecuta para dar la sensación que se está haciendo algo, sin importar su eficacia o su adhesión a una estrategia unificada. Y esto se hace sin convicción, con menos compromiso que durante la era Chávez.
Y si hay desafección con este liderazgo, ¿por qué no hay una rebelión visible contra Maduro? Una posible respuesta sería el efecto que provocó la detención de Tareck El Aissami dentro del oficialismo. Existe miedo y coerción, pero también las gríngolas ideológicas por no vincularse «a la derecha». Por eso el mecanismo de resistencia no sería la discrepancia abierta sino el desinterés silente.
Si esto es así, el 28 de julio se van a expresar votos ocultos de militantes del oficialismo por otras candidaturas. Quienes no estaban amparados por la tendencia NM y los hermanos, ni tampoco en la de Diosdado Cabello, habría estado bajo la influencia, incluso económica, del ex gobernador y ex ministro de petróleo. Y hoy estarían experimentando un secreto placer culposo en su derrota electoral, no por razones democráticas, sino por resentimiento y venganza a lo que se ha convertido su propio liderazgo. El chavismo realmente existente no va a darle el empujón a su actual líder, pero tampoco le va a brindar la mano para salvarlo.
2) La ausencia de una represión masiva y generalizada. Aunque esto pudiera cambiar en los próximos días, la estrategia de mantener una persecución selectiva y focalizada pudiera sugerir que las autoridades no la sienten necesaria para mantenerse en el poder. Hay quien pudiera opinar que no ha ocurrido para mantener abiertos los canales de negociación con los Estados Unidos. Especulamos que hay diferentes razones para ello. Una es que NM y la élite creen, genuinamente, que siguen representando a la mayoría del pueblo venezolano. Y que, como en tiempos de Chávez, el ventajismo y los obstáculos serían para garantizar un margen de ventaja.
A la cúpula le dicen lo que quiere escuchar, amplificado por sus cámaras de eco, lo que alimenta su soberbia. Una segunda posible explicación es que las Fuerzas Armadas están dejando hacer y dejando pasar, y que dentro de los organismos policiales y militares habría el mismo cansancio y frustración que en el resto de la sociedad venezolana.
Finalmente añadiría que una represión masiva es dinero, y ya no se cuentan con los recursos que en años anteriores permitieron una respuesta represiva coordinada a nivel nacional. Aunque se quisiera, no es posible materialmente desarrollar una operación persecutoria de grandes dimensiones. Y frente a las posibilidades ciertas de cambio –y añadiría, además, por el monitoreo de organismos como la Corte Penal Internacional–, habría cada vez menos funcionarios policiales y militares dispuestos a que su nombre aparezca en un informe.
Reiteramos, esto pudiera cambiar frente al hecho irreversible de la pérdida del poder. Recientemente Freddy Bernal declaró «creo que un Gobierno de la derecha no aguantaría un año con la dirigencia nuestra en la calle aguerrida peleando por los derechos del pueblo contra un Gobierno fascista que privatizará la educación, la salud y el Poder Popular. Van a tener que renunciar y salir corriendo». Si nuestro escenario con las variables descritas está en lo cierto, Nicolás Maduro quedará como el gran responsable de la derrota histórica del chavismo, aislado, y con buena parte de la militancia bolivariana repartida entre la depresión y la necesidad de la supervivencia política. Un margen de dos millones de votos de diferencia, por colocar una cifra, neutralizaría a la supuesta aguerrida dirigencia a la que alude el actual gobernador del estado Táchira.
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Quienes se atrevieron a soñar, la mayoría de la población, inaugurarían una nueva etapa de la vida nacional, en el que los cantos de sirena de violencia quedarían excluidos y sus adalides apartados del juego. Regresar a la democracia sólo traerá buenas noticias para los venezolanos y venezolanas.
Rafael Uzcátegui es Sociólogo y Codirector de Laboratorio de Paz. Actualmente vinculado a Gobierno y Análisis Político (GAPAC) dentro de la línea de investigación «Activismo versus cooperación autoritaria en espacios cívicos restringidos»
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