«Cuento que no termina bien… es porque no ha terminado».
Refranero popular
Los dictadores, autócratas, tiranos o como se les quiera calificar, siempre persiguen reinterpretar la historia para adecuarla a sus intenciones, a sus ambiciones en mejores términos; y así, justificar los desmanes en nombre de un futuro dorado, heredero de un pasado épico hecho a la medida. Hannah Arendt, analiza este punto, entre otros, con magistral detalle en su obra clásica: «Los orígenes del totalitarismo», análisis que se ve complementado con la definición que la autora alemana aporta de ideología, a la cual entiende como sistemas basados en una sola opinión, lo suficientemente fuertes como para atraer y convencer a una mayoría de personas y lo suficientemente amplia como para conducirla a través de las diferentes experiencias y situaciones de la vida.
Entiende Arendt, que estas ideologías difieren de una simple opinión o interpretación, por cuanto el líder autócrata y su camarilla, afirma poseer o bien la clave de la historia, o bien la solución de todos los enigmas del universo y el íntimo conocimiento de las leyes universales ocultas que se supone gobiernan a la naturaleza y al hombre. Historia reinterpretada, podríamos denominarla, también historia instrumental, es decir con arreglo a fines; lo que, sumado a la acepción de ideología vista, es una receta que los tiranos han utilizado y siguen utilizando para dominar a sus pueblos.
Se reescribe la historia a conveniencia, con el soporte de una ideología que secuestra una verdad y, esta verdad, se impone a través de la violencia, el miedo y la represión.
Pero, cuando nos arropamos bajo el manto de la historia, no aquella manipulada con una pretensión de dominio ideológico para imponer verdades convenientes al régimen tirano; un elemento emerge contundente: el juicio de la historia. Juicio que no es otra cosa que el análisis de la evolución/presencia de hechos acaecidos, no sobre la base de una necesidad justificativa (la ideología), sino como elemento que bien puede coadyuvar a poseer una aproximación cierta de lo que ciertamente sucedió y de los aspectos que influyeron y explican tal, digamos, realidad.
Se advierte que esta afirmación está muy lejos de pretender establecer relaciones causales históricas, pero sí de comprender el momento, con base a un concepto definido. En este sentido, se suscribe la opinión del italiano Benedetto Croce, en atención a que una de las disciplinas más actuales es la historia, por cuanto la apreciación de los hechos pretéritos se hace a la luz de las realidades de la contemporaneidad, lo que acompaña entonces la aparición de una comprensión de los tiempos, sin manipulaciones que supongan la construcción de una no-verdad impuesta a sangre y fuego. De allí, la validez de la pluralidad de interpretaciones, entendidas como racionales, en tanto sustentadas en métodos, que dan sustento a dichas comprensiones, visiones/juicios de la historia.
Los sátrapas se olvidan en su soberbia de este detalle, cuando se encuentran encumbrados en las alturas, no digamos de su poder, sino del dominio violento de los pueblos que asesinan y aterrorizan. Mientras reescriben una historia que los acompañe y, hasta cierto punto, los justifique, decretan argumentos para imponerla en atención a ese interés; así apartan la mirada de una consecuencia inevitable, la cual es que el juicio de la historia desechará estos falsos andamios guarecidos por la violencia, no importa cuánto permanezcan.
En los días que transcurren en nuestra Tierra de Gracia, se ha tenido la intención de reescribir la historia para generar anales convenientes al corrupto procerato revolucionario. Se ha intentado retejer los símbolos de la nación para deconstruir una identidad.
Sobre esos argumentos etéreos se pretende hoy un gigantesco y vergonzoso fraude que da la espalda a la decisión que la sociedad sabe que tomó y que, en consecuencia, es consciente de a quien eligió para ejercer como presidente de la república. Entonces, poco importa que tribunales o cortes de auto-reputada y elevadísima altura y trascendencia empírea, anuncien o repitan en un eco constante una no-verdad sustituta de la verdad real.
No importa que los leguleyos tarifados anuncien y justifiquen en sus negros empaques, lo que la mayoría del pueblo venezolano sabe que pasó, porque es ese pueblo el protagonista de esta épica que, de paso sea dicho, es la envidia del procerato autócrata. De donde se sigue que ya la historia posee los argumentos de su valedero juicio, porque está sustentado en una verdad a la vista.
Juicio al que no le interesan y no escucha los arrebatos histéricos desde tribunas ilegítimas de personeros desesperados, calificando de basura a la realidad que los acosa. Al transcurrir los años, no importa cuántos, será esa historia y ese juicio, el registro de un bananero dictador atrincherado en palacios ajenos, que trató de robarse la voluntad popular y que esta voluntad, sabía lo que había en efecto pasado. Por lo que no hay engaño posible, sino un flagrante arrebato de la voluntad, en el cual acompañaron, al bananero dictador, otros miserables convenientemente armados.
Entonces, la historia de la humanidad es la historia de la libertad, porque no surge de ideologías o de claves que imponen verdades construidas en la mente de quienes edifican una verdad que justifique las tropelías, asesinatos, persecuciones y demás crímenes en contra de los pueblos libres.
Ese juicio, es la manifestación de una evolución que llega hasta hoy y que deja en el pasado, como advertencia, las pretensiones totalitarias de un conjunto de tiranos, entre otros para recordar, aquellos del III Reich hitleriano, modelo de la violencia y del terrorismo de Estado, del que llegamos a una Alemania libre y próspera, además de unida; o aquella Italia fascista de Mussolini (cuyo concepto originario: el fascismo, es relativizado por la tiranía, endosando a otros su propia práctica), hoy Italia convoca a su sociedad a espacios públicos plurales y abiertos. Y así un sin fin de casos, mientras otros se desarrollan minuto a minuto. Por lo que cabe señalar que la historia de la humanidad, en general, es la historia de la conquista de su libertad, mientras esa libertad no llega esa historia aún no termina de ocurrir, registrando y reconociendo las épicas, las luchas por alcanzarla. Por ello, la épica venezolana está produciendo historia.
Hoy Venezuela lucha, de nuevo y con insistencia, por su libertad arrebatada, por su democracia violada y mancillada; hoy un tirano se cerca a sí mismo en el palacio que un día proclamó que era la casa del pueblo y se aísla. Sí, muchas veces, las proclamas demagogas alardean exaltar lo que se pretende destruir.
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Pero, ya la sangre ajena prometida está regada en las calles, y las torturas y secuestros están en marcha en los hangares circulares del terror. Ya avanza ¿rodilla en tierra? la labor oscura del procerato corrupto, su violencia, su fraude y su voz amenazante generando terror y miedo. Eso sí, con el índice levantado, inmóvil, señalador y temible, en nombre de su patria particular.
Esta historia, esta fase de nuestra historia, el registro de esta épica que nos convoca, no ha terminado. Sólo terminará cuando la palabra libertad se reescriba en la renacida verdad de nuestra historia e iniciemos un nuevo rumbo.
Alejandro Oropeza G. es Doctor Académico del Center for Democracy and Citizenship Studies – CEDES. Miami-USA. CEO del Observatorio de la Diáspora Venezolana – ODV. Madrid-España/Miami-USA.
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