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Sanciones: ¿Juego abierto?, por Gregorio Salazar.2 DE MARZO

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¿Sólo castigo y coerción o apertura de una nueva etapa de negociaciones? Si la medida de suspensión de operaciones de Chevron en Venezuela no viniera acompañada de la urgente búsqueda negociada de salidas al entrampamiento existencial en el que nos encontramos los venezolanos, probablemente lo que nos espere sea una larga travesía en el desierto.

Lo agravaría el complejo escenario económico (guerra comercial en puertas, impredecible impacto industrial, bajonazos en los mercados mundiales, incluso aires de recesión) en el que se ha anunciado, no sin cierto margen para la sorpresa, la próxima suspensión de la petrolera norteamericana, cuyos aportes en ingresos (unos $ 400 millones mensuales) resultan vitales para evitar un nuevo derrumbe de la ya enclenque economía nacional, con el bolívar evaporado y la inflación en espiral ascendente.

Se vive una tensa expectativa, cuando falta por verse los términos integrales de la medida de Trump, que si bien entrará en vigencia el 1 de marzo, pudiera prolongar las operaciones de Chevron hasta el mes de agosto. Con lo segundo, estiman los entendidos, habría un lapso para el reacomodo con la búsqueda de mercados alternos al de EEUU y el efecto de la sanción pudiera verse amortiguado.

Volverían las piruetas mercantiles, las peripecias logísticas y operativas que ya fueron fuente de toda corrupción, la búsqueda de mercados más lejanos, se encarecerían los costos del transporte, habría en definitiva menos ingresos, pero ingresos al fin para evitar un desbarrancamiento general de las actuales condiciones.

Si apuntamos al principio que la medida no dejó de ser sorpresiva fue por dos declaraciones previas de personeros del Departamento de Estado, directamente involucrados en los primeros escarceos entre los gobiernos de Trump y Maduro: Richard Grenell y Mauricio Claver-Carone, que prefiguraban que el asunto petrolero no sería tocado en lo inmediato.

El primero, ejecutor de la cuestionada visita a Miraflores –considerada un reconocimiento de hecho– para recibir los seis rehenes norteamericanos y acordar el recibimiento de los venezolanos que deportaran los EEUU, había dicho apenas el 23 de febrero: «Estamos muy claros sobre el gobierno venezolano y Maduro, pero Donald Trump es alguien que no quiere hacer un cambio de gobierno». Podía leerse, miraremos y no tocaremos.

Y en lo que respecta a Claver-Carone, ex presidente del Banco Interamericano de Desarrollo y hoy enviado Especial del Departamento de Estado, apenas el domingo justificó la no suspensión de las licencias a Chevron señalando que Biden, al darle la posibilidad de la renovación automática, las había convertido en permanentes. En este caso el gobierno Trump se confesaba atado de manos.

La sumatoria de las dos declaraciones daba la impresión de que habría licencias petroleras para un largo rato con base al carácter supremamente pragmático que le atribuyen a Trump. Sin embargo, vino el viraje: la exclusión de Venezuela de la tecnología estadounidense sumada a una lista de «adversarios extranjeros» y finalmente el anuncio de suspensión de la licencia.

Sorpresivo también el argumento de la supuesta obstrucción de Venezuela a la política de deportaciones, cuando fue público y notorio que Maduro se abrió como un paraguas y hasta asumió los costos cuando surgió el emplazamiento. No había quejas. La amenaza a la seguridad de USA por los nexos con Irán, pueden lucir magnificada después de los sucesos del Medio Oriente donde ese país y sus aliados han sufrido derrota tras derrota y está en la doble mira de Trump e Israel.

El viraje de Trump oxigenó a la representación republicana de Florida en el Senado. Trump lucía ajeno y distanciado de las ofertas electorales de seguir empujando por la vuelta a la democracia en Cuba, Nicaragua y principalmente Venezuela. Las medidas sobre Chevrón les da un espaldarazo, lo mismo que la expectante oposición mayoritaria liderada por María Corina Machado.

Apoyo rubricado con su entrevista con Donald Trump Junior. Pero eso no basta para convertir a Venezuela en una prioridad cuando el mundo está en plan de acelerados cambios geopolíticos que impulsa el propio Trump.

*Lea también: Sobre Chevron: La reacción de Nicolás, por Ángel Monagas

La repuesta de la diplomacia venezolana (es un decir), ha sido de nuevo cauta, discreta, lejana de su acostumbrado estilo escatológico. Pero nada indica todavía que sea un paso o un atisbo en materia de negociaciones para un régimen que le huye a todo aquel marco que huela a transición democrática. Ya se sabe, ellos siguen en la onda de «por las malas». Para todos los actores el mensaje debe ser: Venezuela primero.

Gregorio Salazar es periodista. Exsecretario general del SNTP.

TalCual no se hace responsable por las opiniones emitidas por el autor de este artículo

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