Es la exigencia que hacemos los venezolanos y lo que debe ocurrir de acuerdo a la voluntad del pueblo expresada de manera tajante el pasado 28 de julio.
Los resultados para desgracia del régimen son un hecho consumado, forman parte de la historia, y como tal no se pueden cambiar.
La proclamación del derrotado Maduro fue una maniobra tan burda, un desaguisado de tal magnitud que hoy Jorge Rodríguez luce fuera de sí, ensayando truculencias que terminan hundiendo más al régimen en el descrédito mundial.
Cabe hacerse algunas preguntas: ¿Está una sociedad autorizada para ejercer acciones destinadas a hacer cumplir su voluntad contra un régimen que pretende usurparla?
¿Hay algún límite a los recursos que debe utilizar la sociedad para restablecer su voluntad democrática?
Si la constitución de Venezuela en sus artículos 5, 333 y 350 emplazan al ciudadano a restaurar su vigencia cuando es violada, ¿No está obligada la ciudadanía a obedecerla?
Si el artículo 328 de la Constitución le exige a la Fuerza Armada Nacional no tener militancia política, estar al servicio exclusivo de la nación y le prohíbe expresamente estar al servicio de «parcialidad política alguna», ¿No está la Fuerza Armada obligada a cumplir la Constitución y negarse a acatar órdenes que lo violen?
Edmundo González Urrutia debe asumir la presidencia de Venezuela el 10 de enero. Constituye la expresión de la voluntad de cerca del 70% de los ciudadanos luego de una jornada electoral épica liderada por María Corina Machado y la dirigencia de la Plataforma Democrática.
María Corina ha sido la exacta coincidencia en el tiempo entre la extrema destrucción del país y la necesidad de un liderazgo de nuevo cuño que deje atrás la vieja forma de hacer política caracterizada por pactos cupulares, compromisos oscuros e intereses crematísticos, definidos siempre como «alta política».
Venezuela cambió, es otro país. Es un pueblo que se ha levantado de la postración y la desesperanza y que está decidido a llegar hasta el final.
Por lo pronto, a veces con sordina o sin ella, aparecen los eternos oráculos pidiendo repetir las viejas fórmulas de relación con el régimen en aras de un “acuerdo de gobernabilidad”, “una transición acordada” que incluya gente del régimen, propiciadores de “repetir las elecciones”, “pasar página” y demás zarandajas.
Son los habitantes de la trastienda, los que siempre han contribuido con su celestinaje a mantener al régimen en el poder. Son los refractarios a ver todos los esfuerzos nacionales e internacionales que se han hecho, y pretenden hoy persistir en esa especie de “burla de Sísifo” a que ha sometido la barbarie al país.
La situación hoy es diferente. Por primera vez el mundo no tiene atenuantes, burladeros, que le permitan voltear para otro lado. En Venezuela se ha escenificado un fraude electoral que no hay forma de ocultar, y se ha desatado una violenta represión indiscriminada violando los derechos humanos.
Estamos incluso frente al hecho singular de que quienes aceptaron a Maduro como presidente luego de la estafa de la asamblea constituyente del 2017, (ni siquiera produjo la nueva constitución, excusa invocada para convocarla) que conllevó a la fraudulenta reelección de Maduro en 2018, hoy se cuidan de decir “hay un presidente de facto” y un presidente electo. Es decir Maduro será tenido por tal, hasta el 10 de enero, cuando debe entregar el poder a quien eligió el país el 28-J.
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Lo políticamente indicado es que el régimen asuma el respeto a los resultados y que el PSUV transite el rol de oposición. Llegado el momento debemos ejercer la resistencia civil con participación de todos los sectores de la sociedad, incluyendo a la Fuerza Armada nacional, sin distingos de ninguna naturaleza, para que unida a las presiones internacionales obliguen al régimen a cumplir con la constitución nacional, no se le pide otra cosa.
El 10 de enero debe ser la fecha del reencuentro nacional y un hito para que nunca más vuelva Venezuela a padecer una tragedia como la que ha soportado durante un cuarto de siglo.
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